SDDR: Luz de gas
Patricia Rovirosa | 25 feb 2020
Despierto. Son la 6.30 de la mañana y me abandono unos instantes para planificar el día. No se presenta una jornada muy distinta al resto, pero siempre surge algún imprevisto que puede incrementar la actividad de un día que ya de por si suele ser frenético. Ya sé que no soy una excepción.
Hago un puñado de tareas de forma casi automatizada, (el hábito es tedioso, pero es un gran aliado cuando el tiempo escasea). Desayunos, carreras para llegar al colegio, el niño que olvida la mochila, llegar a fichar al trabajo, extraescolares, compras, revisiones médicas, ayudar a los niños en sus estudios si lo precisan, una locura si no nos organizamos bien.
A pesar de esta vorágine diaria, desde hace años nunca hemos dejado de reciclar. Somos cinco personas en casa, más un perro y se generan muchos desperdicios. Al principio tenía dudas, no sabía si lo estaba haciendo correctamente, si acertaba o no con el contenedor, pero ahora reciclar se ha convertido en algo muy simple y automático.
He dicho adiós a las enormes bolsas de basura repletas de todo tipo de restos, desde botellas a envases de cartón o desechos orgánicos. Nuestro arco iris de contenedores es muy intuitivo y permite depositar en su sitio y reducir al máximo los envases. En mi caso suelo aplastarlos, desmenuzarlos y hasta casi desintegrar su estructura para que ocupen lo menos posible, además enseguida me deshago de ellos para que no ocupen espacio.
La nueva propuesta del Sistema de Depósito, Devolución y Retorno de envases de bebidas, el SDDR, me parece luz de gas, una información que engaña a mi mente. Lo he estudiado con atención, porque todo lo que sea dar un paso más en materia de reciclado me interesa, pero no he conseguido encontrar en qué puede mejorar el sistema actual. ¿Cuánto vale mi tiempo? ¿Cómo amplío el espacio de mi reducida cocina si tengo que acumular envases sin poder ni siquiera aplastarlos para que los admita la máquina?
A mi juicio este sistema se queda muy corto, ya que sólo se ocupa de gestionar recipientes que contengan bebidas, que es tan solo un pequeño porcentaje de los residuos que generamos la mayoría de las familias, aunque también es el desperdicio que más espacio ocupa. El SDDR pretende en realidad que pague por el envase y luego recupere el importe siempre y cuando lo devuelva en perfectas condiciones, sin abolladuras, conservando su estructura, etc. A priori puede parecer útil, salvo el pequeño problema de que no te importe acumular botellas en casa y dispongas de espacio considerable para almacenarlas. Además, luego tienes que buscar tiempo para llevarlas al supermercado que tenga implantadas las máquinas y recuperar así los céntimos que pagué al adquirirlos. Entiendo que no todas las tiendas cercanas a tu casa contarán con este nuevo dispositivo, de modo que, al espacio que no tengo, he de añadir el tiempo que requiere hacer ese circuito para hacer algo que al fin y al cabo hago ya de manera simple y eficaz. Reciclar.
Mi casa no es grande, como la de la gran mayoría de los ciudadanos, las cocinas ya no tienen la importancia de antaño, donde te reunías para hablar mientras la abuela preparaba la comida. La realidad es que ahora prácticamente es un lugar donde cocinar y guardar los alimentos.
Cada gesto por pequeño que parezca contribuye a mejorar nuestro planeta, nuestra atmósfera, nuestros ríos, mares, bosques. Y he aquí el dilema: Si el SDDR no mejora el sistema de reciclaje actual, ¿Qué necesidad hay de imponerlo?
Nosotros somos la herramienta clave para que el Reciclaje Global sea un éxito y devolvamos al planeta la salud que le hemos arrebatado a lo largo de los años. Y cada vez más familias lo sabemos. Avanzamos gracias a la educación, concienciación del cambio climático, campañas a lo largo de todo el territorio español, desde las escuelas a las empresas. La tierra nos pide ayuda y solo depende de nosotros salvarla.
El espíritu de esta nueva propuesta ´te pago por reciclar´ me resulta mercantilista y muy alejado de los ideales que se mueven a la hora de reciclar para mejorar el medio ambiente y frenar el cambio climático. En definitiva, un sistema de dudosos resultados. Como cuando te apuntas al gimnasio en enero, una buena intención que casi siempre naufraga.
No puedo imaginar el caos de una cocina llena de envases vacíos, sobre la mesa, en un armario, en bolsas. No sé en qué momento sería posible reciclar así, y enseguida me daría cuenta de que por unos céntimos, que en realidad ya eran míos, no merece la pena ni el esfuerzo ni tener la casa como una leonera. Pero sobre todo porque ya reciclo correctamente, sin necesidad de grandes espacios y dejándolo a la puerta de mi casa.
Nosotros, los usuarios, estamos obligados a formar parte de un circuito lógico, limpio y eficaz. Años de concienciación, campañas y educación han logrado que tomemos conciencia de la importancia del desastre que originan los residuos de cada familia. Ya sabemos que el planeta no es nuestro estercolero particular. Reciclar ‘sólo’ para recuperar los depósitos tiraría por tierra toda esa concienciación construida con esfuerzo.
No quiero olvidar a nuestros mayores, este sistema sería un verdadero reto para ellos. Y como última reflexión, apuntar que para transportar estos envases que conservan su forma original, la flota de camiones sería mucho mayor y harían muchos más viajes desde los comercios hasta las distintas plantas de conteo y de ahí a las de tratamiento, con el consecuente incremento de emisiones de CO2 a la atmósfera. El mundo al revés.