El SDDR en Alemania: una pérdida de tiempo y dinero

El SDDR en Alemania: una pérdida de tiempo y dinero

 

Emilio Fiances | 4 sept 2018

A cuenta de la publicación del artículo de ayer en Crónica Global de El Español acerca del falseamiento de los resultados de la prueba piloto de recogida de envases SDDR durante las fiestas de San Fermín en Pamplona, los amigos de SDDR.info me piden que escriba unas letras acerca del sistema que, visto está, hay quien tiene especial interés en implantar en España (y perece ser que al precio que sea).

 

El caso es que, como vivo en Alemania, me ocurren dos cosas: primero, que no sigo tan al día las noticias que no están en portada de los diarios digitales (que por otro lado, vienen a decir todos lo mismo); y segundo, que tengo cierta experiencia práctica en lo que le podría caer encima al pobre consumidor español en su día a día.

 

Probablemente, mi opinión acerca del tema es un tanto sesgada (en tanto que individuo y sujeto, soy subjetivo), principalmente debido a que no soy capaz de comprender cómo el Estado puede tender de manera tan descarada a la hiperregulación sistemática de la convivencia ciudadana. Y desde ese punto de vista, voy a exponer mi experiencia (y opinión) acerca del sistema SDDR (en Alemania, y en general).

 

Resumido en una frase, mi opinión sobre el SDDR es que se trata de un sistema que falta al respeto al consumidor haciéndole perder tiempo y recursos de la manera más desvergonzada y descarada posible por la vía de la coerción legislativa, de la cual se benefician cuatro empresas mal contadas (gran trabajo el de su lobby, por cierto).

 

En primer lugar (todo hay que decirlo), he de reconocer que, debido a este sistema, el sistema de recogida de basuras tradicional (camiones de basuras que van recogiendo contenedores casa por casa) se ahorra la recogida de muchas toneladas de residuos. Pero a partir de ahí, considero que hay que plantearse si es cierto que eso es un ahorro o no. Y si lo es, hay que preguntarse también quién es el beneficiario real de ese ahorro.

 

Concluyendo, el único efecto beneficioso que veo en el sistema para el consumidor sería:

 

  • Menor tasa de basuras

 

Y habría que ver si ese ahorro no se ve más que descompensado por los gastos extra que genera el SDDR al consumidor:

 

  • Gasto de 8 céntimos (envases de cristal), 15 céntimos (envases de plástico reutilizable) ó 25 céntimos (envases de plástico de un solo uso)
  • Pérdida de espacio en la vivienda, necesario para la acumulación y almacenamiento de envases
  • Y lo más importante de todo: el tiempo que uno pierde en la clasificación, almacenamiento y transporte de los residuos. Recordemos que nuestro tiempo vale dinero: mucho más del que nos pagan (que es cero).

 

Centrándome en dichos gastos adicionales soportados por el consumidor (que ahora pasaré a desgranar), se me plantea la pregunta de si realmente dichos gastos son compensados de alguna manera. O si simplemente somos los últimos tontos que, como dóciles borreguitos, aceptamos el encargo del lobby de turno, que nos “invita” a cooperar (en nuestra obligación como ciudadanos comprometidos con el medio ambiente) en el sostenimiento del medio ambiente. Lobby, por otro lado, apoyado en leyes ad hoc creadas por amiguetes miembros del Legislativo y del Ejecutivo.

 

Gasto explícito de 8, 15 y 25 céntimos por envase:

 

En primer lugar, se trata de unos importes, más o menos arbitrarios, estipulados legalmente, de manera que se desincentive el consumo de determinados envases: lo menos contaminante (el cristal) está menos penalizado que lo más contaminante (el plástico de un solo uso). Hasta ahí, más o menos entendible. Lo que se nos pasa por alto como consumidor promedio es que estas empresas gestoras de residuos, nacidas al calor de la regulación, tienen en cuenta que existe lo que yo llamo una “tasa de olvido”: porcentaje de euros no devueltos al consumidor debido a olvidos, pérdida de cupones, o el simple hecho de haber tirado el envase a una papelera. Esto genera una pérdida económica en el consumidor que se convierte en una ganancia para el ente reciclador. Cantidad que, por otra parte, no sé cómo contabilizará, porque de facto se trata de un depósito de dinero que debería constar en el pasivo de la empresa, y que a saber si en algún momento terminará inflando los beneficios, lo cual me temo que no ocurre. Se trata, en definitiva, de una pérdida económica para el consumidor que genera un ingente beneficio (no sé si declarado en algún momento, o no) a las empresas de esta industria, que consiste en la suma de las cantidades de dinero que legítimamente son propiedad de los consumidores, y de la que ellas se apropian, en mi opinión, indebidamente.

 

Uno de los escenarios más inmorales, y probablemente por ello más rentables, que se me ocurre es el de los aeropuertos. Acotemos el escenario: ¿Cuántos pasajeros, de tránsito o extranjeros de vuelta a sus países vuela desde un aeropuerto alemán? ¿De todos ellos, cuántos se compran, al menos un refresco o una botella de agua? ¿De todos ellos, cuántos conocen que en Alemania hay un sistema de devolución de envases con recuperación de dinero? ¿De todos ellos, cuántos saben que el establecimiento que les vendió el refresco en el aeropuerto está obligado a devolverles los 25 céntimos del envase? Cada uno que saque sus propias conclusiones. Y no, todavía no me he topado con envases de 8 o de 15 céntimos en un aeropuerto alemán (no digo que no los haya).

 

Volvemos al día a día del ciudadano alemán. En mi opinión, el gran saqueo se perpetra basándose en la psicología colectiva: el consumidor, en promedio, no trata los envases o los cupones que obtiene en las máquinas como dinero efectivo, o al menos no tanto como debería hacerlo (de ahí la tasa de olvido). Por ejemplo, un cupón con 5 euros por la devolución de “X” envases no es percibido igualmente que un billete de 5 euros. Es un tema de psicología.

 

Esta misma psicología es la que se usa para, en las mismas máquinas de recogida de envases, poner huchas para que, quien quiera, pueda donar el cupón a una ONG: la predisposición de una persona a donar un cupón (que no tiene forma de billete de banco) es mucho mayor, en mi opinión, que a donar un billete o unas monedas (total, es un dinero que ya me he gastado). ¿De verdad nos creemos que el 100% de lo donado va a ir a parar a la acción u obra beneficencia que nos han mostrado en la pegatina que aparece en la hucha de plástico del expendedor? Yo, personalmente, no me lo creo. Pienso que si se tirase del hilo de esas donaciones, nos llevaríamos alguna sorpresita. Si al final se instala el sistema en España, sólo habrá que dar tiempo al tiempo… desgraciadamente. Y si no, volvamos al artículo mencionado al principio.

 

Pérdida de espacio en la vivienda:

 

Pongamos el caso de una familia de 4 miembros en una vivienda de 80 metros cuadrados. Pongamos que esa vivienda tiene un pequeño balconcito en la cocina de, digamos, 2-3 metros cuadrados. Uno piensa en que ese mini balconcito puede ser muy agradable en verano para tomar el desayuno y/o merendar, ¿verdad? Pues resulta que, como en una casa de ese tamaño no es viable hacerlo de otra manera, tienes que poner un cubo de basura grande (unos 50 litros) para ir acumulando los envases. Te queda un balcón-basurero súper cuqui para el brunch del fin de semana.

 

Pérdida de tiempo personal:

 

Porque, no satisfechos con el hecho de tener que perder espacio en casa, hemos de ordenar los envases. Y teniendo en cuenta lo siguiente:

 

  1. Los envases de cristal y los de plástico de varios usos no son aceptados por todos los supermercados.
  2. No todos los productos son aceptados por la máquina: sólo puedes devolver envases de productos que estén en el catálogo de productos que vende el establecimiento donde hagas la devolución. Esto ocurre generalmente donde hay máquinas, que es en los supermercados y en la mayoría de los almacenes de bebidas. Por tanto, en función de a qué supermercado vayas, debes pensar qué envases llevar para devolver y cuáles dejar en casa para no pasearlos y traértelos de vuelta. Por mi experiencia, al final siempre te acabas trayendo de vuelta alrededor del 10% de los envases que has ido a devolver.

 

Y por hacerle todo este trabajo sucio, manual y logístico de clasificación de envases y ahorrarle gastos de almacenamiento y transporte a una industria completa, artificialmente creada en nombre de Keynes (porque sí, cierto es que algún que otro puesto de trabajo genera esta industria), tenemos el gran honor de recibir, como contraprestación, el dinero que previamente pusimos como fianza para que ellos (y aún no sé quiénes son todos “ellos”) se asegurasen de que hacíamos el trabajo que ellos no quieren hacer. ¡Y por el que tampoco quieren pagar!

 

Yo no me atrevo a hablar de las cifras de esta industria, porque no las conozco, pero me imagino que es una industria muy rentable. Pero en lo que a mí, como consumidor, respecta, creo que nos están tomando el pelo. Al menos por el tiempo que me hacen perder para recuperar un dinero que me han sacado del bolsillo y que no está en relación con algunos productos. Sirva como ejemplo el agua mineral de marca blanca de 1,5 litros de la mayoría de los supermercados: ¡cuesta 19 céntimos! Menos dinero que los 25 céntimos que vas a verte obligado a pagar adicionalmente por envase para poder sacar la botella del lineal del supermercado. ¡Inaudito!

 

Creo que si hay empresas que se dedican (o quieren dedicarse) a recoger y tratar residuos, éstas deben subsistir (y competir, ojo) por sus propios medios y ser capaces de generar ingresos. Ingresos que han de ser generados de manera legítima, a modo de precio por un servicio prestado libremente, y no obtenidos fruto de la coerción del Estado al ciudadano que, a modo de padrino, ha elaborado una ley a medida para generar un flujo de dinero destinado engordar a una nueva industria ineficiente. Porque si fuese eficiente, no necesitaría de una norma que fijase el precio.